La leyenda de Selegnaria
Era de noche oscuro, Selegnaria sentía que la fría brisa helaba sus mejillas y agitaba su largo cabello rubio, había despertado en medio del bosque, no sabía como había llegado hasta allí, llevaba un largo camisón blanco que no reconocía, estaba perdida y desorientada.
La brisa movía las ramas de los árboles, hasta ella llegó el murmullo de un cántico, sintió escalofríos, pero se acercó hasta el lugar de donde provenía.
De repente, entre la espesura del bosque, se abrió un claro, iluminado vagamente por unas enormes velas que despedían una luz rojiza. Selegnaria se escondió tras unos arbustos, contemplando estupefacta lo que veían sus ojos. Doce mujeres desnudas, de distintas edades, bailaban una extraña danza y entonaban el cántico que la había llevado hasta allí, alrededor de una figura de piedra cuyos ojos rojos relucían como si fueran rubíes.
Alguna de ellas, se dio cuenta de la presencia de Selegnaria , pararon el cántico y la danza y dialogaron unos instantes entre ellas. Al momento, las dos mas mayores se encaminaron hacia donde estaba escondida Selegnaria y sin mediar palabra le tendieron las manos como en un acto de amistad. Estremeciéndose, Selegnaria entendió que debía seguirlas y aceptando las manos que le tendían las mujeres las siguió. Temía y deseaba, al mismo tiempo, el contacto con aquellas manos, la condujeron hacía el ídolo de piedra caminando lentamente, allí la hicieron arrodillarse delante de el.
Los ojos de Selegnaria quedaron frente a frente a aquellos ojos de color rubí que eran fríos y salvajes, y se perdió en ellos. Sin moverse de allí, viajó a través del tiempo a otros lugares. Se vio a sí misma, vestida con ropas anacrónicas, frente a un hombre corpulento, alto y enjuto, vestido de negro de cabeza a pies, que la miraba con ojos severos pero llenos de lujuria.
Mas tarde sintió el olor del humo de la hoguera y un profundo dolor en las muñecas y tobillos a causa de las ataduras. Enseguida se dio cuenta de qué era lo que le había llevado al claro del bosque y para qué. Sus ojos volvieron a la realidad y miró a su alrededor, las mujeres la miraban con ojos inexpresivos. Volvió a mirar al ídolo, pero este ya no era de piedra, se había convertido en una figura humana, alta y delgada y con ojos brillantes. Selegnaria cerró los ojos y sintió un tacto suave y frío sobre su piel. El camisón cayó al suelo, volvieron a sonar los cánticos en el silencio de la noche mientras ella se hundía en la negrura más profunda, a causa de un montón de extrañas y nuevas sensaciones.
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Hacía un día espléndido, la luz del son entraba por la ventana de su habitación cuando Selegnaria despertó empapada en sudor. Había tenido un sueño muy extraño, donde el miedo y el placer se mezclaban confusamente. Recordaba claramente algunas cosas, pero otras se desvanecían de su memoria, sin embargo el brillo de aquellos ojos se habían quedado clavados en su mente.
Pensó que se daría un buen baño. Se dispuso a levantarse, al retirar el edredón se dio cuenta de que las sábanas estaban manchadas de tierra húmeda y en el suelo de su habitación había huellas de tierra, sus propias pisadas, y hojas secas esparcidas por todos lados. ¿No había sido un sueño? ¿Habría vagado sonámbula por el bosque?. No sabía qué pensar.
Ya en el baño se desnudó, fue a poner el camisón en el cesto de la ropa sucia cuando se dio cuenta de que no era su camisón, pero si el que llevaba en el bosque y además estaba desgarrado, con el en las manos se miró al espejo y se vio completamente demacrada y con el cabello blanco, y sobre el pecho izquierdo, como marcada a fuego, tenía una extraña señal, una estrella de color rojizo. La tocó con la punta de los dedos, estaba caliente y parecía que palpitaba. El contacto de sus dedos con aquel extraño símbolo le trajo imágenes a la mente que le dejaron muy claro que nada había sido un sueño.
Aquella había sido la primera noche, de muchas noches en el claro del bosque.
Ahora ella era una más, la que esperaban para completar el círculo, la número trece, Selegnaria…la más Bruja.